sábado, 6 de abril de 2013

A quién obedecer


El progresismo resulta simpático. Está de moda, y tiene ‘onda’ llevar esa etiqueta.

El diccionario de la RAE en su primera acepción dice:
1. adj. Dicho de una persona, de una colectividad, etc.: Con ideas avanzadas, y con la actitud que esto entraña
Si vamos por avanzada: 1. adj. Que se distingue por su audacia o novedad en las artes, la literatura, el pensamiento, la política, etc.
Si seguimos por audacia: 1. f. Osadía, atrevimiento
Por último, si vamos por atrevimiento, parece que la definición más apropiada sería: 4. prnl. Llegar a competir, rivalizar. Asumiendo que no se trata de insolentarse o faltarle el respeto a nadie.

¿Con quién compite o rivaliza el progresismo? ¿Hasta dónde es bueno que lo haga?
Parece lógico pensar, que compite contra aquello pre-establecido, con lo que le antecede. En lo que nos interesa  reflexionar hoy, contra aquellas normas, principios y valores que se quieren cambiar, adaptar a las necesidades actuales de los progresistas.

El hasta dónde, ya no es tan fácil de concluir. Dependerá de la altura donde esté establecido el umbral de cada uno, de la fina línea del horizonte donde nos posicionemos, del lado del cielo – elevados – o del lado del mar – hundidos.

Para muchas personas esto resulta indiferente, es más cómodo dejarse llevar por la corriente, que ponerse a pensar hacia dónde la misma las conduce.

Para otras, ya más interesadas, es mejor que esa línea esté cerca de su forma de pensar, de actuar, de manera que su proceder, su andar por la vida, ‘esté bien’.

En esa dirección parece ir la sociedad, que por estos días, está muy ocupada en generar derechos, pero muy poco exigente en materia de obligaciones.

Estamos viviendo en lo social, aquella corriente que en el siglo XVIII se empleó en la economía: Laissez faire et laissez passer, le monde va de lui même; «Dejad hacer, dejad pasar, el mundo va solo» Y para poder ‘dar garantías’ a quienes así quieren vivir, se necesitan leyes, por eso las escribimos y en el futuro quienes las lean, nuestros hijos y nietos, van a aprender que está bien que el hombre haga lo que quiera. Es progresista.

Los cristianos, no tenemos esa confusión. Mejor dicho no deberíamos tenerla.

Para nosotros lo que está bien es lo que Dios dice que está bien.

Históricamente no tuvimos ese problema,  porque nuestros próceres, luego nuestros legisladores, tuvieron el sano temor de Dios. En el sentido de no atreverse a competir o rivalizar con Él, ya no por miedo, sino por sabiduría.

Pero hoy nos encontramos, que la política y lo social, entran en colisión con lo que Dios establece. Y ahora ya no es tan natural vivir de acuerdo a aquellos valores. Ahora ya no es tan fácil educar a nuestros hijos. Ahora es muy fácil equivocarse tratando de hacer las cosas bien. Ahora todo es relativo.

En este escenario, lo primero que debemos disipar es la duda: qué es lo bueno, a qué debo someterme, a lo que Dios me dice o a lo que los hombres ‘hoy’ llaman bueno.

Esta situación está laudada desde los días siguientes a la Resurrección de Cristo, cuando los primeros discípulos se enfrentaron ante las autoridades de entonces y nos dejaron este legado: Pedro y Juan les respondieron: "Juzguen si está bien a los ojos del Señor que les obedezcamos a ustedes antes que a Dios, Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído". Hechos 4:19-20

Quizás entre los lectores, haya quien no gusta de las Escrituras, pero sí de la filosofía o la literatura. Estas palabras de los apóstoles pueden compararse a muchas otras palabras semejantes que nos transmite la historia profana. Según Platón, Sócrates dijo a sus jueces: «Os honro y os amo, pero antes obedeceré a Dios que a vosotros», y el poeta Sófocles en su tragedia Antígona pone en labios de ésta las siguientes palabras: «No quisiera ser víctima de los castigos de los dioses por haber temido la arrogancia de un hombre.»

Quisiéramos que esta reflexión pueda motivar a todo aquél que esté preocupado en hacer las cosas bien - no lo que la moda del momento, o los lobbys, dicen que está bien – para que se acerque, o no se aparte, del bien mismo, de Dios, hecho persona en su Hijo Jesucristo. Y no nos referimos a la ética.

Nos estamos refiriendo a ser felices, a tener una buena calidad de vida. Esto no lo garantizan las leyes humanas, menos cuando se oponen a lo que Dios quiere para nuestras vidas. La discriminación moral está en la conciencia, está impresa en nuestra naturaleza y por más que a la luz de la opinión pública esté ‘todo bien’, a solas con nosotros mismos, sabemos que la cosa es bien distinta.

Tengamos en cuenta que por más que hagamos una ley contra la gravedad, la manzana siempre se va a dar contra el suelo, aunque quiera y grite que está bien, que al desprenderse del árbol, pueda quedar suspendida en el aire.

La arrogancia del hombre, ha echado a Dios de todos lados, del estado, de las escuelas, de la sociedad,  de los medios de comunicación. Quedan pocos refugios donde poder encontrarlo, quizás solamente en las familias y en las comunidades cristianas.

También, motivar a todos los que compartimos la fe, a ser cristianamente progresistas, como Jesús lo fue. De nosotros depende, no podemos callar lo que hemos visto y oído


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